lunes, abril 24, 2006

Zdrastvuyte. Skolko stoit?




















Эдравствуйте. Сколько стоит?

jueves, abril 20, 2006

Labios.

Labios turgentes, labios rotundos.
Labios inertes, labios ajados.
Labios amargos, yermos, labios hallados.
Labios prietos, febriles, labios besados.

Labios lascivos, labios soñados.
Labios nocivos, labios alados.
Labios lejanos, hirientes; labios domados.

Labios perennes, labios cortados.
Labios mullidos, labios rodados.
Labios decentes, inmaculados.

Labios orondos, excelsos; labios amados.
Labios ecuánimes, deshilachados.
Labios pagados, gritados; labios cobrados.

Labios mordidos, lamidos; labios gastados.
Labios mojados, labios salados.
Labios rosados, y afrutados.

Labios sexuados, y penetrados.
Labios molidos, labios rozados.
Labios asidos y sincronizados.


Labios coronados, labios incólumes.
Labios mayores, y los menores.
Labios fluyentes y desbordados.

Labios vivos, labios sabios.

Labios, labios, labios…

Labios míos, y tus labios.

miércoles, abril 12, 2006

Tocando fondo. (Bangkok part III)


Esta noche Nung me va a mostrar cómo se divierten los bangkonitas fuera del circuito turístico; esta noche me llevará a vivir, con sus amigos, una velada nocturna.
En deferencia a mí eligen un restaurante italiano, que siempre es una opción más válida que los fast-food anglocabrones (Dragó dixit) que te encuentras por el mundo.

El Limoncello es un local recoleto, de techos abovedados, y pintado en suave tono azul celeste. Podría estar situado en Florencia, pero está en Bangkok.
Me acomodo entre Nung y Nattika, su novia, que se preocupan por mí en todo momento. Suerte que esta vez no tengo que hacerles traducir el menú y disfruto de mi antipasto y de unos spaghetti alle vongole como hacía tiempo. Cómo se echa de menos la cocina occidental cuando llevas tiempo fuera de casa…

Con el buche lleno y el espíritu dispuesto, enfilamos por la Sukhumvit Road rumbo al Bed Supperclub, local de moda entre la población autóctona de cierto nivel. El Bed, como ellos lo llaman, es un edificio de cristal cilíndrico, completamente blanco, pero dispuesto en horizontal. Si lo viésemos desde el cielo parecería un bote de espuma de afeitar caído en la bañera.

-“Muy cool”, dice Nung satisfecho.
-“Aquí vienen todas las celebrities de la ciudad”, apostilla sonriente Nattika; “desde actrices, a gente de la televisión o deportistas reconocidos”

Y, en efecto, así parece.
La gente que puebla el local no es la que encuentras en Nana Road, no. Aquí el lujo se ve en las ropas, se siente en los perfumes caros y en los maquillajes estudiados.
Gastan los baths con una soltura inusual y disfrutan de los cócteles que, camareros entrenados, sirven detrás de las barras de neón.
Contonean los cuerpos, a ritmo house, sin la delicadeza tradicional que siempre ha imperado en el pueblo thai. Definitivamente, se nota la globalización.
Observo que soy el único occidental en el Bed, sin contar al disc-jockey que me confirma que es australiano en un breve encuentro que tenemos.

La noche sigue corriendo y, en uno de mis viajes a los lavabos, siento unos ojos clavados en mi nuca. Me giro y la veo. Casi metro ochenta de mujer que me devuelve la sonrisa.

-“¿Es a mí?”, me pregunto incrédulo mientras la veo acercarse.
Parece sacada de una cajita de cristal y rezuma elegancia en todos los aspectos; en su manera de mover las manos, en cómo deja caer los párpados, en su modo de cimbrear la cadera…

-“Me llamo, Khunying”, creo entenderle, e iniciamos una trivial conversación dónde me hace saber que acaba de llegar de Londres para pasar el Songkarn, la fiesta de Año Nuevo thailandesa.
-“La fiesta te la daría yo…”, pienso.

Nung y sus amigos han ido desapareciendo entre cócteles y tequila (muy popular entre las clases pudientes de aquí) y me veo sentado, a la izquierda de Khunying, en su Toyota camino del hotel…
Sus facciones angulosas, su cadera marcada, sus pechos rotundos, son más bellos aún en la tenúe luz de mi habitación.
Hace correr su lengua por mis pezones con movimientos estudiados y placenteros que no me impiden tener una rápida erección.
Le devuelvo el saludo con mis lamidas. Sus pequeños pezones responden con el vigor adecuado y empieza a gemir.
Acaricio su vientre y desciendo vertiginoso buscando su vulva…

-“Pero, ¿qué es esto?” le pregunto sorprendido aun sabiendo la respuesta.
-“Creía que lo sabías...”
-“¡Cómo voy a saberlo si eres la Nicole Kidman en versión thailandesa!”
-“You can fuck my ass…”, dice con tono meloso y suplicante.
-“¡Tú sí que me has jodido a mí, bonita!; o bonito…”

Fue entonces cuando entendí la sonrisa cómplice que se cruzaron los vigilantes al llegar con ella (perdón, con él) al hotel.

Y yo que creía que me envidiaban…¡Ja!

domingo, abril 09, 2006

El templo del placer


Lo veo aparecer a las cinco y media, tal y como habíamos convenido.
La sonrisa de Nung es sincera y franca y, tal y como me había prometido, esta tarde me ha de llevar a uno de los locales más famosos de la ciudad, especializado en el no menos famoso, masaje thailandés.
La ciudad se vuelve a hallar cubierta de ese cielo plomizo que, como una tapadera, impide limpiar el ambiente de inmundicias y pestilencias.

Recorremos las arterias trombóticas, zigzagueando entre la maraña de motos, autobuses atestados, y ruidosos “tuk tuk” que desafían la gravedad tomando curvas imposibles.
Bangkok apesta pero es una ciudad viva.

-“Ya llegamos, es aquí cerca…” dice, Nung. Y aparece ante nosotros un descomunal edificio de doce plantas, impersonal y sin pretensiones artísticas.

-“¿Dónde me habrá llevado éste?”, pienso a la vez que le miro; pero él sonríe y sus ojos brillan de satisfacción por el trabajo bien hecho.

Traspasamos el umbral de la puerta principal y, lo que afuera es anodino, dentro se torna en lujo extremo, en lujo asiático…

La adorable sonrisa, adornada con el saludo thai, de la recepcionista; y nos adentramos en este palacio del placer llamado Poseidón, como me hace saber Nung con un guiño cómplice.

Ascendemos la escalinata de mármol negro a la primera planta, la llamada Venus showcase.

Es un enorme espacio con multitud de sofás orientados hacia una no menos enorme pecera donde, unas cincuenta mujeres, se ofrecen sentadas en el graderío.
La luz tamizada de azul, de ese gigantesco trono, las hace parecer sirenas.

Miran al vacío unas (no pueden vernos, dice Nung); otras se arreglan el cabello; alguna sonríe la ocurrencia de otra… Sentadas con las piernas cruzadas, oferentes, ofreciendo una mercancía que sólo ellas saben hasta dónde son capaces de llegar.

-“La 167 es muy cariñosa”, susurra el gerente ante mi cara de incredulidad.

-“Tómate el tiempo que necesites para elegir, habrás de pasar dos horas con ella y están entrenadas para satisfacer todas tus demandas”.Las palabras de Nung me paralizan aún más y tardo en decidirme. Lo veo de soslayo observándome…

-“Aquélla. Aquélla del pareo amarillo que está más retirada”
Alea jacta est…

Y aparece ante mí…

Entorna los ojos; eleva sus manos, con las palmas juntas, hasta la altura de sus cejas, inclina la cabeza. La miro y esbozo una sonrisa torpe mientras Nung ultima el pago de mi elección.

Sarah, que así se llama, me toma de la mano y me adentra por un pasillo de paredes doradas. Sus caderas bailan oscilantes y me sorprende observándolas cuando se gira hacia mí al llegar al ascensor.
El ascensorista pulsa el 4 y ella rodea mi cuerpo con su brazo y apoya la cabeza en mi. El espejo me devuelve una imagen de mí que me niego a aceptar, pero no puedo evitar que su fragancia me penetre.

Reverencia del ascensorista y la puerta se abre.

Tres mujeres con atuendo tradicional se inclinan cuando Sarah y yo ganamos el pasillo que conduce a la suite que Nung ha pagado.

Es una habitación enmoquetada, con una enorme cama; bañera para dos a la izquierda y, frente a ella, un sofá dorado con motivos geométricos. Suite egipcia...

Sarah me acomoda en él mientras termina de llenarse la bañera. Espolvorea unas sales y pronto se inunda la estancia de un olor dulzón, entre canela y vainilla.
No pronuncia palabra pero bailo a su son y me dejo llevar.

Me veo de pie, frente a ella, mientras sus dedos desabrochan los botones de mi camisa. Me libera de los zapatos y procede, de igual modo, con los pantalones. Me ofrece una toalla color azafrán para que cubra mis miserias mientras ella se desnuda ante mí.
La cabeza baja y el nudo de su pareo cede. Un tanguita negro, bordado, oculta como un tatuaje, su triángulo de placer.
Se voltea y la veo liberarse del sujetador. Larga cabellera castaña, lisa y suave se desliza por su espalda y me atrae como un imán mágico.
Tobillos de cristal, cintura de vestal, andar pausado…

Con una sonrisa me invita a que la acompañe a la bañera y soy como un muñeco teledirigido por esos ojos misteriosos y esa boca real y magnífica. Su piel, en el agua, se hace brillante, lujuriosa, pero ni me atrevo a tocarla. Aún no.

Me recuesto y sus manos elevan mi cadera para que la repose entre sus piernas cruzadas. Extiende con parsimonia el jabón por mi pecho y cierro mis ojos…
Sus manos menudas discurren por mi piel; las noto deslizarse por mi vello, por mis hombros, por mis pezones que se vuelven duros.
Busca brazos y los limpia con lentitud. Busca mis piernas y mis ingles… Busca mi pene y responde con una dura erección a sus caricias…
La miro y me mira sonriendo…

Y sigue acariciando…
Y entorno, otra vez mis ojos, no queriendo despertar de ese sueño…

Ya en la cama, entre mis piernas, lame mis pezones haciendo vibrar su lengua peligrosa. Mi cuerpo tenso la espera y su boca engulle el miembro exigente que la desea. La veo tragarlo, mamarlo una y otra vez, y ella presiente que mi orgasmo es inminente. Se acuclilla y se lo clava, lanzando un gritito complaciente. Me acelero y cabalga sobre mí con furia, con el ritmo preciso, subiendo y bajando de esta noria de deseo que son nuestros cuerpos…

Limpia con ternura mis fluidos derramados y me deja reposar.

La veo ahora en la bañera con su permanente sonrisa en los labios…

-“Massage now?”, pregunta embadurnándose las manos de aceite.
No respondo pero le ofrezco mi espalda.

Sus manos atacan mis músculos contraídos que se relajan ante la presión justa que ejerce. Me va descoyuntando con cada presión; con cada pulsión de sus dedos expertos. Es una mezcla de dolor y placer que me convulsiona, que me embriaga…
Siento sus mínimos pezones recorrer mi piel, su coño abierto frotando mis muslos…

Me veo sorbiendo sus lóbulos turgentes y le susurro palabras en español que la excitan. Lamo su cuello y magreo sus pezones…y se acelera. Desciendo por el vientre bebiendo de su ombligo y responde izando la cadera.
Y bebo..., bebo con ansia..., penetrando su cuerpo con mis manos hasta sentir su sexo estallándome en la boca y su gemido rasgando el viento…

¿Ya han pasado dos horas o toda la noche?

sábado, abril 08, 2006

Bangkok; bajos fondos.


Has de apretarte los machos, ajustarte la taleguilla y calzarte la montera, como Dios manda, para adentrarte en los bajos fondos de esta caótica ciudad.
Como parte de un desgraciado souvenir, son una atracción turística más. Has de ser valiente y esquivar las embestidas de esos pitones de sangre disfrazados de tersura y encaje. Recibir a porta gayola, fijar la mirada y hacerle un guiño a la muerte bajando la mano en el preciso instante; ni antes, ni después.


Luces y humo; ruido estridente, ríos de alcohol que empapan los pestilentes locales.

Y en ese maremágnum de excesos, niñas (o no tan niñas) que contonean cuerpos de seda y almas negras.
Falsas sonrisas, caricias vacuas; "I love you, honey" pero son dos mil. 40 euros por una noche de lujuria...
Escaparate de ganado humano bailando sobre una barra; culos prietos y vejados y, a los pies, toda una caterva de asquerosos babeantes, (yo entre ellos...).
Flashes, danzas, caricias al aire; lenguas anhelantes pero venenosas, pieles tersas pero laceradas por babas que no son suyas.


"My name's Mae, where's your hotel?" Sólo dos frases y ya el morlaco en la plaza, marcado con el número 125. Allá voy, es mi turno:
Querencia de entrepierna y me dejo hacer sin perderla de vista; desde la barra las otras miran sonriéndote: ¿es ésa la sonrisa de la muerte?
Siento el frío gélido de su aliento en mi lóbulo. Esta vez pasó muy cerca. Risas del respetable y palabras ininteligibles.
Me ajusto más la taleguilla, malas intenciones.
Sus dedos repasan mi espalda marcando cada vertebra, su voz clama sangre que tiene un precio. Me fajo sin bajar la guardia, y van desfilando ante mi novilleros sin arte "cazados" en un descuido, de la mano al matadero del placer...

Esta noche me he librado, pero el ruído de sus tacones aún retumba en mi cabeza.
Necesito sosiego... y salir de aquí.

jueves, abril 06, 2006

Postal de Bangkok.

Treinta y ocho mil pies a mis pies, y tú… al oeste.

La bofetada de calor húmedo es la guirnalda de bienvenida de esta ciudad.
Bangkok me envuelve con una variada amalgama de olores sazonada de humedad que se te impregna en la ropa y se funde con el sudor. Para muchos es el burdel de Asia pero, más bien, es la cocina.

Tráfico; colapso. Autobuses que renquean por las avenidas atufando a gasoil requemado.
Puestecillos de comida que emanan vapores de curry y muerte.
Pieles tostadas de sol y mugre.
Carteles multicolores de locales de dudosas actividades.
Frenesí.

Un elefante parado en la esquina de una cervecería mira, impasible, el discurrir del tiempo. A sus pies, verduras ennegrecidas.
Turistas en bermudas, acodados en las barras de los bares, engullendo cervezas sin parar. Ojos de lascivia.

Y putas, muchas putas.
Putas y putillas que se ofrecen por pocos baths con ojos cansinos y yermos.
Pieles ajadas pero jóvenes; tacones desvencijados…

Ya en el hall del hotel, trasiego de ejecutivos canosos mostrando la presa de la noche, y no se dan cuenta de que la presa son ellos mismos.

Sonrisas de bienvenida y reverencia thai.

La habitación lujosa es el contrapunto al mundo que se vive abajo.

Bangkok a mis pies y tú… al oeste.

miércoles, abril 05, 2006

Hasta la luna...y vuelta.


أ ضک کف الذ ها ب إ اى الةس و الص د ة

Es...

Soy Olimpia, siempre…

No pudo haber Sherezade, en tu estrecho habitáculo, que narrara con más belleza tus días que aquella que nunca fue invitada entrar.

Tus palabras,
traviesas hojas de otoño que, intrusas, invadieron mi alcoba haciendo suyo mi aliento nocturno; capturando inquietas mis manos torpes, desnudas.
Pero fue tu regazo quien no quiso acoger la alegre lágrima;
y tú ombligo, anhelante y sufriente, quien rasgo el encaje vistiendo y refutando mi escote con celo.

Las mías,
aquéllas que navegaron a la deriva, hirientes, escoltadas por centuriones;
envanecidas en el destino de tus ojos confusos;
perseguidas, impasibles y engañosas…sin guía ni albedrío.

No hubo jarcias que anudaran las misivas escogidas,
y suplicaran un aroma que dejo de ser al nacer…

Servida, que no satisfecha.

martes, abril 04, 2006

Noche de delirio.

Amor…, en voz alta.
Quizá la única y última vez…

Duerme tu día, descansa mi noche,
desnuda... inocente.
Quemazón en mi cuerpo aún...,
temblor de mi locura confusa,indecisa, promulgada, previsible...

Sabía que no callaría,
¿cómo hacerlo? incorregible.
Si escribiera mi pasión,
si dejara que ella guiara mis palabras,
ardería tu lecho y abatiría tus neuronas imprecisas, inexorablemente…
Por ello, respiraré el instante y… será.

Hoy quiero envolverme de paz...como tu deseo,
soñar sin ilusión, con el sortilegio de tu presencia...

Dile que fue.

Dile que fue.
Que fue incierta la oscura sombra del ayer.

Dile que quiero que mis versos invadan, conquisten, ahoguen;
que no batallaran su decisión complaciente,
que el despertar amaneció al Abril,
y el luto del sueño no saciará su desidia.

¡¡Díselo!!!

Dile que trucó la vida vacía, los tiempos fallidos;
que la verdad no tiene atajos ocultos, que arropa pero no abriga...
Dile que llenó, que desbordó la mía...

Ha de leer, ha de tener...

Hazle saber que le amé...,hazle sentirlo..,
y después podrá decir...nadie como yo, nadie como él...

Derrama, por doquier ¡mil veces gracias!
y castiga con la sal de mi piel su sabor...

¡¡Hazlo!!

Mi amor...y yo.

Tu mano.

Suave..., inquisitiva...,
enriquecida con palabras conscientes.
Controlando el espacio...,
pintada de claros y oscuros.

Sé que me dará..., veré y sentiré.
¡Dámela!

Apenas atisbo un ápice...
¡¡Quiero todo!!

Sabiendo que no saciará mi locura...

Tu voz.

Tu voz...,
un toro bravo en la plaza de mis sentidos,
lidiando contra cada uno de ellos...

¿Pueden volar las aves en su jaula?

No puedo escribir si tus ojos me queman...,
hilvanar palabras, letras, notas...
Azotan mi pensamiento.

Siento tu nueva juventud fondear entre mis manos...,
y el murmullo de tu voz...,
el eco temprano de tu sueño...,
anodino..., pero mío.

Despertar...


Quiero despertar a tus ojos...
madrugar a tu cuerpo...

sábado, abril 01, 2006

In eternum

Anoche morí.
En mi lenta agonía de meses atrás,
he contado con tu apoyo y tus regañinas.
Han sido meses donde, el dolor de mi enfermedad,
ha sido mitigado por tu caricia breve,
por tu latigazo etéreo,
por la risa queda.

Anoche, presenciaste mi agonía final,
mis últimos estertores.
Allí estuviste tú, y sentía tu tristeza (la del adiós),
tus lágrimas de aire, tu grito clemente suplicando silencio
para el último moribundo,
para mí.

En mi delirio acertaba a leer tus frases de súplica.
Pero sólo tú fuiste consciente de mi tránsito hacia la vida
corporal y de mi renuncia a los reyes catódicos.

Te estoy agradecido, y lo digo con una sonrisa porque sé que no te gusta leérmelo, pero es lo que, en realidad, siento.
Agradezco esas noches de charlas tensas, de debates fructíferos,
de diatribas y de abrazos.
De confesiones profundas (más mías, es cierto), y de besos sin saliva que, aún así y todo, me hicieron sentir tu sal y tomar conciencia de lo diatérmano de mi cuerpo.

Siempre he sabido (y lo sigo sabiendo), que no fuiste mía (ni nunca lo pretendí, ni falta que hace),
pero esos momentos en que las ventanas se cerraban y nos quedábamos a solas, aquellas noches de íntima intimidad,
es lo único que quiero llevarme a mi otra vida, a mi única vida.

Ya vives en mí...

Conociéndote te he ido asimilando y, a cada “digiere” tuyo, lo que engullía, en realidad, era un poco de ti.
No vomité y, sin embargo, no me siento saciado.

Te vi anoche junto a mi lecho de ese hospital general,
sólo tú me lloraste; sólo a ti esperaré a este lado.
Cuando mueras no estaré para verlo pero seré el primero en darte la bienvenida. Nunca te esperé pero, desde anoche, te espero.
In perpétuum y radiante, beso tu boca y suelto tus manos para recibirte con un abrazo.

In eternum…

El elegido.

Noche calma.
Trasiego de silencios y corcheas.
Letanía indescifrable y no escuchada, lamento ahogado entre los dedos.
Te llamo pero…hoy tampoco estás para mí. He de esperar, es la espera, mi espera…la tuya.

Me acomodo en el pentagrama y las fusas rasgan mi piel buscando mi sangre latente.

Hoy quiero tocarte con los ojos y mirarte con las manos.

Te imagino preparándote para mí, para recibir mis pulsiones y pasiones.
Perfilas la raya de tus ojos con pulso de cirujano. Estarás radiante para mí, desafiante.
Acomodas tus senos vigorosos en las cazuelas de seda y satén, y proteges tu secreto con el isósceles negro que lo limita marcando el territorio ignoto.
Embutes tus marmóreas piernas en fundas de cristal velado; rotundas, firmes.
Te acercas al espejo de tus mañanas y te devuelve la imagen que deseas, la que tienes, la que eres. Le sonríes ante el triunfo que se avecina; y contemplas tu poder.
La cadera cimbrea caminando hacia mí, pero aún no llegas. Me imaginas babeando ante tu presencia, solícito a tus caprichos y deseos.
Estás magnífica cubierta sólo por telas que cualquiera mataría por desgarrar; jirones que nadie puede poseer pues de nadie eres.
Sólo tuya.
Sólo tú puedes gozarte, sólo tus dedos son dignos de mancillar tu cuerpo sin mácula.
Pero yo espero que consientas mi presencia…

Y espero paciente…

El fagote se enlaza a la tuba, violas y trompetas que rasgan el silencio y me traspasan. Mi sangre es una orquesta de pasión desmesurada donde los músicos ejecutan a la perfección el chorro de la vida.

Y sigo esperando…

Te das el último toque y tus labios henchidos retan a la luna…, que se rinde.
Acomodada en tu trono de delito repasas las caras de los oferentes. Yo, entre ellos, te lanzo mis dardos esperando alcanzar tus retinas; destacar en ese maremágnum de necios suplicantes.
Nos observas triunfal. Te miramos delirantes.

Recostada en tu trono de delito, llevas el índice a tus labios mullidos.

Silencio…, la noche calma, el cuerpo tenso.

Tus muslos rotundos iluminan la sala de una luz cegadora cuando, al abrirlos, percibimos la vulva velada de satén.
Tu cohorte de indignos harapientos bajan sumisos sus cabezas. Pero yo no, yo quiero admirarte, yo quiero ser el elegido, yo quiero reventar la presa de tus mares.

Y tus dardos alcanzan mi vientre…

-Esta noche serás tú quien me goce…

Resuena tu voz con estrépito y caen a mis pies mis camaradas de desgracia. Los piso, los mancillo, pues sólo tú me importas.

Me acerco a ti con paso firme y la mirada al frente; altivo, digno de merecerte. Me libero de mis armas y armadura y, desnudo, me muestro ante ti. Abres las piernas…

El brillo candente de tus muslos me demuestra que el grifo del deseo ha sido abierto y tus labios escupen el jugo lascivo que me alimenta.
Me arrodillo entre ti y me mojas los labios de la sal de tus entrañas. Mi lengua, dura, asciende vertiginosa al compás de timbales acelerados…

Llegaste…y aquí estoy.

Dedicatoria.

Esas letras que en ti hoy pongo (sin habértelas pagado),
levantarán mil olas en tus mares inconexos.
De tus ojos brotarán como ríos de lamento y,
como ríos de deseo, por tus muslos fluirán.

Porque ellas, bailando el adagio de la vida (como debe ser),
me llevarán a tu recuerdo.
Y al pensarme ese ínfimo momento,
sentirás la magia de lo que pudo haber sido nuestro penúltimo sueño.

Tu culo

Colinas gemelas de suave piel,
Colinas modeladas por sabias manos,
Dulce remanso de paz.

Volcán de mis deseos…
A ti me aferro, me agarro,
En ti quisiera apoyarme, dejarme caer
Y que me engulleras.

En ti, quiero entrar.
Mi Itaca encontrada, mi perdición.
El puerto donde quisiera mi barca varar…

Te vas...

Te vas.

Te has ido y me ahogo.
Te he echado y me hundo.

Te vas.

Te has ido.

Y siento que te pierdo, que no hay marcha atrás.
Es un aviso.

Te has ido, quizá el último aviso.

Qué mal me encuentro, qué mareo.
Qué mal estás, cuánto te hago sufrir.
Qué mal estoy.

No te vayas, no te vayas nunca que el fin está cerca.

No te vayas.

No te vayas nunca que siento un vacío enorme.
Qué mareo, qué angustia.

No te vayas.

Te has ido.

No te vayas.
Vuelve, por favor. Te lo pido sabiendo que nada puedo pedirte.
¿Cómo me atrevo a pedirte nada, tú que todo me lo has dado?

Ven, no te vayas.
No me dejes solo, no te vayas.
Este vacío duele.

Qué mareo, qué angustia.
Si pudiera, desaparecería yo.
Para siempre.

No te vayas. Tú no.

Y vuelve.

Te deseaba tanto...

Hoy tengo ganas de ti;
me sentaré y esperaré a que aparezcas.
Hoy, mujer, tengo ganas de ti,
de reír a tu lado.

De que los minutos sean horas,
de que mis noches sean calmas,
de que la tormenta me atormente
y me encuentre, de repente,
entre tus brazos, en tus ausentes.

Mi paladar reseco evoca la copa del placer.
Sentir discurrir el tequila por tu piel
y embeberme de ti, hasta que el alcohol
del deseo me revuelva y me recueste,
para sentir tu fruto en mis labios agrietados.

Mi piel se eriza si te imagino.
Los músculos se tensan y palpo la sangre
rasgar las venas, llenándome por dentro.
Exhalo deseo por mis poros.

Esta noche te deseo, digo al verte aparecer...

No me deseas, deseas; dices inclemente.
Y siento el aire helado golpear mi rostro,
y cómo, ahora, mi sangre brota
por las costuras ajadas de mi piel estéril.

Mis dedos teclean la funesta melodía del desprecio.
Y el viento gélido inunda mis entrañas más ocultas.
Nada te pido.
Hoy soy mala compañía.
Y veo que ni yo mismo me conozco...

Lo que vi por mi ventana.

Esta impersonal habitación, de hotel de tres al cuarto, no tiene nada de especial.
Bueno, sí, su ventana.

Por que esta ventana es la puerta de acceso a un fascinante mundo.
Mis ojos la traspasan y veo el discurrir de la vida en esa recoleta plaza.
La plaza que se muestra ante mí, no es una plaza regular, no tiene una forma definida.
Mentalmente, me elevo como un pájaro, y dibujo su forma.
¡Ya está!, tiene forma de guitarra y, el agujero central es la entrada al aparcamiento que hay justo debajo, horadándola completamente. Si los coches me dieran un concierto con sus cláxones, el sonido saldría por esa boca de entrada.

Justo encima, la cosa cambia.
Hay dos calles estrechas por donde los coches pugnan por pasar, y un pequeño parque con muchas flores y árboles.
Y bancos.
Y sobre los bancos, la vida.

La gente atraviesa la plaza de maneras diversas. Unos apresurados, seguro que pensando que no llegaran a la cita, y otros más pausados, contemplando el devenir de los acontecimientos o, quizá, porque no hay nadie que los espere.

Me fijo, especialmente, en un personaje de andar pausado.
Es hombre, de unos…., no sé, no soy bueno calculando edades pero seguro que es mayor, quizá jubilado, seguro anciano.
Viste un pantalón gris y una rebeca de esas de punto, gris también.
La frente despejada y, por toda cabellera, unos ralos cabellos plateados a ambos lados.
Lleva lentes y se apoya en un bastón para caminar.
El hombre gris se detiene, como si le faltara el aliento, mira de soslayo a una joven que pasa junto a él, y sigue caminando, sin rumbo, cansino.
Por que nuestro hombre gris es consciente de lo mucho que ha vivido, de lo poco que le queda por vivir, y de la angustia de no tener quien le espere.
Piensa en tiempos pasados, en otras épocas (porque el recuerdo le hace sentirse vivo), y rememora el día que, por primera vez, llegó a Salamanca.

Fue en el invierno de 1946, lo recuerda bien pues Salamanca lo recibió cubierta de nieve, y la impresión que le causó la plaza Mayor, no la olvidará nunca.
Fue lo primero que hizo al apearse del autobús.
Después, se acercó a uno de esos señoriales cafés a darle sosiego a su agitado cuerpo, tan necesario después de su largo viaje.
Y allí estaba ella.

Mucho más tarde sabría que se llamaba Lucía, y todo sucedió porque, al apoyar su paraguas, resbaló cayendo a los pies de ella.
Fue su primer contacto visual con la que sería su musa.
Nuestro hombre gris, había ganado una plaza de profesor adjunto en la Facultad de Historia y, Salamanca, tan lejos de su pueblo natal, le pareció una buena oportunidad para escapar de sus estrictos tíos, que fueron quienes lo acogieron cuando sus padres murieron en la guerra fratricida.
Se mostraba feliz y cansado a la vez, pero tuvo ojos para ella.
Nada le dijo, nada se dijeron pero, al mirarla, una corriente de deseo atravesó su espalda.

Comenzó a frecuentar ese café y, la tarde que no la veía, volvía a la pensión malhumorado pero con la esperanza de volverla a ver al día siguiente.

Él iba todos los días.
Desde su mesa preferida, esperaba verla aparecer, y su corazón se agitaba cuando la veía entrar en ese café, que él llamaba su “rincón de la esperanza”.

Cada tarde se decía: “de hoy no pasa, hoy la invitaré a merendar”, pero ese día no llegaba. Le faltaba valor.
Y veía el transcurrir de las estaciones en el vestuario de Lucía.

Cuando la conoció, llevaba una gabardina de color berenjena que hacía que sus ojos verdes destacaran como esmeraldas verdaderas.
Al llegar la primavera, soñaba con ser el foulard de florecitas que se anudaba a su cuello. Y lo envidiaba porque rozaba su, imaginaba él, suave y blanca piel.
Cuando veía una de las puntas colarse por su escote, no podía disimular la excitación, y cubría su cara para ocultar su azoramiento.
En verano, daba gracias de tener que volver a su pueblo porque, una vez, su falda se abrió descubriendo unos muslos rotundos. No pudo contenerse y acabó apoyado en la puerta del retrete con los pantalones manchados incapaz de controlar el orgasmo repentino que, esa imagen, le había provocado.

Y así fueron pasando los días, las estaciones, los años…. y nuestro hombre gris quemaba su vida en la mesa de ese café señorial.

Una tarde, y habían pasado ya muchos años, le preguntó a Tomás (que siempre fue el camarero que lo atendió), por el nombre de aquella mujer.
“Se llamaba Lucía, y hace mucho que no viene porque se mudó a Barcelona”.

No se había dado cuenta, pero el tiempo había pasado y él nunca le dijo nada.
Sin embargo, cada tarde, acudía al café señorial con la esperanza de volverla a ver.

Quizá, ahora, venga de allí.

La noche empezó tibia.

La noche empezó tibia,
de lluvia rala.

El frenético transitar de las gentes,
por la calles húmedas,
tapizó de huellas incoloras
los sueños sin destino.

Yo regreso a mi cueva,
que me acoge con el beso frío
de la soledad tardía.

No me acostumbro.

Buceo en mis recuerdos
tratando de evocar una caricia,
un eterno beso que me dieran,
pero, apenas, lo percibo.

Cuántas veces me dijeron (dije)
siempre te querré,
y ni siquiera recuerdo (ni me recordarán)
qué labios lo profirieron.

Cuántas palabras se dicen, te llegan,
y qué pocas permanecen dentro.

La noche se torna fría, pero no llueve.

Nadie pasea ya por las aceras de esta ciudad.
Nadie pasea aún por la geografía de mi piel,
de mi piel yerma y casi ajada,
de mi piel sedienta de tu arroyo y tu cascada.

¿Existirás?
¿Serás digna de merecerme?
¿Dónde estás que no me encuentras?

Mi cuerpo desea comulgar en el tuyo,
y sacramentar los encuentros de deseo,
(Verbum Dei)
para honrarnos con los índices
en los altares más que nuestros.

La noche ya se fue, llega el alba.
Y sigo recordando a quien aún no fue.

Grapo mis labios con los besos no dados,
seco mis dedos con los ríos no amados
y con paso cansino,
me descargo en el altar de mármol frío.

Mañana brillará el sol.
O no.

Ese aire diferente...

Y respiro un aire diferente,
un aire respirado ya antes por ti.
Atraviesa mi tráquea y recorre cada uno de mis alvéolos.
Y me llena.
Y me hincha.
Y henchido por ti me elevo, me suspendo, levito….

Necesito abrir la ventana,
y el viento se cuela en mi estancia.
Brega con mi cuerpo, se me adhiere y no puedo zafarme.
Inunda cada poro de mi piel y se me cuela en la sangre.

Ya soy aire, ya soy viento.

Y vuelo hacia ti…

Despedida y Cierre (epílogo cibernético)

A esta sala que hoy me asomo con ojos de cautivo,
quisiera derramarle mi hastío y mi conciencia.

La plaza donde vagan los nombres irredentos
es reducto de espíritus y fantasmas del juego;
aquéllos que ansían algo más que una caricia
se verán reflejados en manos que no aman,
en dedos que teclean la nefasta melodía.

Lugar de gatas sexies de cuerpos destrozados,
de dandis de bolera de oscuros sentimientos;
sinceros insinceros y putas maltratadas
que abren ya, sus piernas, sin un diez mil y la cama
esperando un hasta que la muerte nos separe
que nunca les llega.
Pasean sin decoro penes_gruesos de ínfimos instintos,
y princesas sin trono ni reyes que las fizo.

No hay fines de semana para tanto solitario
que piden inclementes, reclaman sin pensarlo,
un poco de ternura que los hiere de soslayo.

Aquí me asomo, cada noche, a ver los tiempos
en que los tiempos urgentes cumplen, con descaro,
la breve atonía de palabras malsonantes.
Breves gritos por nadie escuchados;
lamentos de ira sin lágrimas rodando;
sólo palabras urgentes que suben como un rayo
y mueren en lo alto de un frágil escalado.

Mi tiempo ha caducado, hoy lo sé;
y brindo estas palabras a esas almas en pena
que cada noche me han reído,
que cada noche me han amado;
qué ignorado cada noche,
qué pasado más ingrato.

No os negaré que aquí hallé el polvo urgente,
por la leche derramada;
la caricia torpe y el beso sin saliva;
la palabra altiva y la inmisericorde.
Pero ya no quiero más,
ya mi alma zafia está saciada;
ya mi ego ilustre que, sin lustre, ya no es nada.

Lloradme damiselas del destino,
nicks sin verbo ni cuerpo que los hizo.
Reídme, capciosos reyes de la noche,
que cuerpo a cuerpo y, en luchas sin sentido,
los dedos yermos, a veces, nos han unido.

Corre Ambassador, que aún tienes tiempo;
sal y no mires atrás, que las sodomas y gomorras,
no te esperan a este lado;
que la vida te sonríe y se deja penetrar,
en sus privados de locura,
con su locura y mi mitad.

¡Callad!, vociferantes voces del silencio calmo,
¡callad!, que nadie os escucha.

A esta sala que hoy me asomo con ojos ya cansinos,
le escupo en toda regla, le lanzo el desvarío
de agradecerle el tiempo inútil que entre sus brazos he sido.

Calma deseada

Es el festival de las carnes,
un homenaje al cuerpo incorrupto.
Remolinos etéreos nos envuelven,
y traspasan, con haces de luz imperceptibles.

Me veo fundido en ti,
comulgando en tu sexo.

Labios turgentes que se muerden,
enredándose en formas imposibles;
mixtura de salivas y de sales.
Dulces besos.

Dedos emergentes que se hincan
en las pieles suaves deseadas.
Tus torrentes desbocados,
mis caballos desbordados.

Las columnas se yerguen, se retuercen,
y se quiebran de placer
en este sacramento de fluidos viscosos.
El altar mullido nos abraza.

Las gargantas gritan, desgarradas,
quejidos indoloros, jadeos indelebles
que se cuelan en tímpanos vibrátiles.
Y te llenan. Y me llenan.

Las venas se hinchan, el sexo oclusivo;
carne batiente en constante arritmia.
Pupilas que se rasgan
en visiones de lascivia.

Cadera izada oferente (la tuya),
cadera acoplada en creciente (la mía).
Convulsión desatada de sentidos.

Calma lujuriosa.
Calma…

Cae la noche

Cae la noche,
y en el silencio solitario,
tu cuerpo encuentro.

Mis manos lentas,
rasgan el aire y,
con trazos imaginarios,
delimitan tus formas.

Vuelan y se enredan en tus cabellos;
sensación sutil de ligereza;
se posan en tus labios y los dibujan;
y con la tinta de tu saliva,
mis dedos dan forma a tu cabeza.

Ya se abren las manos,
y con la palma, palmo a palmo,
palpo el cuello, que se agita.

Se mece a mi merced,
balanceándose en cadenciosa melodía.

Aquí viviste

Hace mucho que no estás aquí y, sin embargo, las piedras aún rezuman tu esencia.

Recorro las calles que anduviste, admiro las cosas que miraste y te veo.
Veo tu luz y tu sonrisa, y tu niñez de niña niña.
Me estremezco al pensar que tu voz sonó aquí, que tus pies pisaron estas losas y
qué lejos estás ahora...

Ni siquiera imaginas que te imagino, y al recordarte te vivo.
Nunca te vi aquí pero sé que viviste.
Aquí reíste, aquí sentiste, aquí amaste... pero no a mí.
Nuestros caminos transcurrían divergentes.

¿Qué pasó?, ¿qué ocurrió para que ambas vías se torcieran hacia un encuentro ineludible?
Alguien que juega con las vidas, decidió converger las nuestras hacia ese encuentro inevitable, y el cruce se produjo.
Lo recuerdo bien.
Me sentí bien al conocerte, como si ya antes te hubiese conocido y, desde entonces, mi vida gira en espiral.
Ascendente, descendente, imparable el torbellino que me envuelve.
La velocidad me supera incontrolable y soy como un guijarro que rueda pasivo en el alma de la ola.
Y no sé qué playa me parará...

Soledad y Aeropuerto

Siempre sucede igual: las esperas en los aeropuertos son los momentos en los que más evidente se muestra la soledad.

Ves a esas parejas que se funden en eternos abrazos; esas lágrimas que recorren trémulas mejillas; caricias furtivas, urgentes por la inminente partida…

La soledad se muestra como un imán al que, irrefutablemente, se acercan tanto el que se va como el que se queda.
Y, a mí, me recorre, en esos momentos, un escalofrío helado que eriza mi piel. Vago sin rumbo, por esos pasillos asépticos, tratando de conjurar el monótono tiempo.
Y pienso que, a mí, no me espera la soledad al otro lado; porque, la soledad, hace tiempo que vive en mí, por más que me empeñe en no aceptarlo.

No vibra mi móvil. Nadie me llama. Es la helada voz de la soledad quien me susurra.

Y, ¡otro café! (al menos, cruzo palabras con la camarera)

Más besos a mi alrededor, más lágrimas…

Y cuando llegue a mi destino, se repetirá la misma escena pero, esta vez, sentida en primera persona: se abrirán las puertas y allí estará la muchedumbre expectante, buscando a su corazón elegido; pasas delante de ellos, los miras y, sin embargo, nada ves en sus pupilas porque no esperan a uno. Evitan tu presencia buscando el mejor ángulo, aquél que les permita encontrarse, después de tanto tiempo, con el anhelado.

Camino pausado por el enlosado brillante, opaco de ánimo,
alcanzando la calle; y el frenético ritmo contrasta con mi tensa calma interior.
Miro hacia ambos lados, al cielo, y nadie entre tanta multitud. Al menos, un taxi me espera. Algo es algo, aunque sea a cambio de unas monedas…, igual que la camarera que quedó atrás.