viernes, agosto 25, 2006

La mesa de billar


Su marido y sus hijos en la planta de abajo y ella en las nubes, en su santuario, en la buhardilla de sus secretos y sus pulsiones.
Y yo del otro lado, mirándome…


Sus piernas desnudas no dejan de batir nerviosas; su cuerpo oscila y sus dedos repican. La espalda se tensa.
Su vulva se hincha y humedece, y se deja caer en la silla abriendo más las piernas (eso me dice).
Y yo voy hacia allí.


Me veo sentando en el borde de la mesa de billar, observándola.
Me detengo en su cuello adornado por gotitas cristalinas de sudor que su melena borra.
Está impaciente.


Percibe mi presencia y, aun sin verme, se gira hacia mí y me sonríe.
Sus mejillas sonrosadas anticipan cualquier movimiento, pupilas brillantes que arden en un mar de lágrimas; fuego de gozo.


Quiebra el aire cuando se levanta y se me acerca. Veo como, uno a uno, se tensan los músculos de sus muslos, cuando va clavando los talones en el parquet.
Está tan cerca que sé que me huele. Inspira profundamente. Una gotita traviesa de sudor cruza su tráquea.


Con el taco de billar en la mano se inclina sobre el tapete. Lo veo deslizarse entre sus dedos y percibo el sonido que produce cuando lo empuja y retrae buscando el ángulo de ataque idóneo para el golpe certero.
Las piernas marmóreas, firmes; las braguitas de camuflaje militar, pero ribeteadas de fucsia, remarcan sus nalgas y advierten de lo que ofrecen: “achtung! Zona militar. ¿Te atreves a conquistarme?”
Con el cuerpo inclinado, su vientre suave se me muestra en la oquedad que esa camiseta usada provoca.
Deseo.


Se voltea tratando de buscar mis ojos y encuentra mi respiración.
Entreabre las piernas, falca los pies al suelo, detecta el punto de ataque en la bola y vuelve a deslizar el taco, esta vez con más firmeza.
¡Toc!
Golpe a la bola blanca…. Sssssssssss… que busca la roja….


Y la penetro.
Me deslizo entre ella como el taco entre sus dedos.
¡Toc!
Profunda embestida y carambola.


Sus uñas desgarran el verde y empujo con más fuerza.
Sometida, su silueta se graba, mojada.
Sobre los dedos de los pies, duras las piernas como el miembro que la posee, que entra y sale brillante, potente, convergen los caprichos del deseo y se funden las tensiones.
Mezclamos los alientos, y los sudores se convierten en uno.
Desbocados los sentidos me exige que folle su culo.
Brama; me embrutezco.


Grita; grito.

Exploto, estalla…

Y las bolas de marfil recorren la mesa golpeándose entre ellas, lamiendo los confines y sin detenerse jamás…